¿Está funcionando el tratamiento psicológico de mi hijo?
- Ariel Falcini
- 3 ago 2023
- 3 Min. de lectura
Esta es una pregunta recurrente cuando, como padres, no vemos los avances que esperamos. Obviamente, nos guiamos por nuestro parecer y por lo que consideramos que debe suceder en un tiempo determinado: queremos ver resultados y, en lo posible, en el corto plazo. ¿Puede ser que no esperemos lo suficiente? Es probable, pero detrás de esa impaciencia hay una imperiosa necesidad de que nuestro ser querido sufra lo menos posible y de que se encamine a salir de esa angustiante situación.
A menudo somos los adultos los que le asignamos un cierto lapso a la terapia. Pensamos: “ya pasaron tantas sesiones y lo veo igual”. Hagamos un mea culpa en este punto y consideremos la posibilidad de que estemos reclamando cambios significativos con la misma celeridad con la que exigimos que nos entreguen el pedido en una cadena de comidas rápidas.
Sin embargo, y esperando tiempos prudentes, hay veces que estamos en lo cierto: la terapia no está funcionando y eso puede deberse a una o a varias causas que se dan de manera simultánea.

Las cinco principales razones por las que una terapia no marcha como deseamos
Antes de enumerar los factores más habituales que pueden hacer naufragar un tratamiento, es necesario hacer dos aclaraciones. La primera, que cada terapia es única porque todos somos diferentes; lo que para unas personas puede funcionar, para otras puede no surtir resultados. Y la segunda, que no deben dejar de considerarse causas externas que también afectan los procesos: alteraciones en la dinámica familiar, mudanzas recientes o próximas, cambios de trabajo o la pérdida de un ser querido, por citar solo algunos ejemplos.
Mencionadas las salvedades, estas son las situaciones a tener en cuenta:
1. Falta de conexión terapéutica: si no se logra una buena relación de confianza y empatía entre el paciente y su psicólogo, puede ser difícil lograr avances significativos.
2. Resistencia del paciente: si el paciente no está dispuesto a comprometerse con el proceso terapéutico, puede ser complicado realizar progresos y abordar los problemas que puedan no estar en la superficie.
3. Falta de claridad en los objetivos de la terapia: si no se establecieron metas claras, puede ser difícil medir el progreso y determinar si el trabajo es efectivo.
4. Técnica terapéutica no apropiada: si el enfoque o la técnica no es la adecuada para el problema a tratar, puede que no se logren los resultados buscados.
5. Problemas de comunicación: si el adolescente no logra expresar de manera adecuada sus sentimientos, pensamientos o preocupaciones, el terapeuta puede tener dificultades para entender completamente los problemas y brindar el apoyo adecuado.
¿Qué se debe hacer si la terapia no funciona?
La respuesta es simple: conversarlo. Si tanto el terapeuta como el paciente, o las familias, advierten esta situación, lo mejor es charlar abiertamente al respecto.
Abandonar una terapia de manera intempestiva no suele ser una buena opción. Por lo tanto, el diálogo puede ser el punto de partida para tomar la mejor decisión: ajustar la dinámica de las sesiones, cambiar de enfoque terapéutico, buscar un nuevo psicólogo, hacer algún cambio en la vida del paciente o combinar la terapia con otras intervenciones profesionales. Se verá en cada caso.
Un tratamiento es un proceso complejo que requiere tiempo, paciencia y compromiso de todas las personas implicadas. No hay soluciones rápidas, pero con honestidad y perseverancia es posible lograr avances transformadores.
La salud mental siempre genera inquietudes. Dar apoyo; acompañar, pero sin invadir y estar atentos es lo mejor que podemos hacer para estar al lado de quien transita un desafío emocional. Debemos hacer todo desde nuestro lugar para que el tratamiento sea exitoso y nuestro hijo tenga una vida más saludable y equilibrada.
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